Te recuerdo como una descarga eléctrica, un electroshock que se siente directo en el corazón, como ese sueño intenso que se prolonga después del despertar. Me recuerdo pensándote, atravesando así un inmenso océano agitado y nadando contra corriente con olas gigantes de naufragios, paralizada y sofocada en una ilusión. Y entre tantos recuerdos no sé distinguir cuál de ellos fue realmente vivido y cuáles fueron solo intensas fantasías. 
Empecé a hablar sola, sin motivo, sin caer en cuenta que no estabas enfrente mío. Conversaciones recreando las mil y una posibilidades de una vida juntos y ninguna de ellas terminaba con alguna versión realizable.
Haciendo cuentas y siendo lo más sincera posible, reconozco que tú existes en mi imaginación desde que comprendí que mi existencia estaba basada en pequeños soplos mágicos y entre cada uno de ellos viviría una eterna insatisfacción frente a mi realidad.
Qué pesado es describirte, retomar mis recuerdos de donde los dejé, para reconstruir los pedazos en este texto. Qué sensación tan extraña es el sentirse impotente al no conseguir expresar con palabras todo lo que en mí se sintió y no fue.
¿Cómo le hice para callar tanto sentir por tanto tiempo? ¿Cómo sobreviví sin ahogarme?
Empezar por contar el principio de la historia que nunca comenzó, donde solo la nada pudo ser, suena completamente ilógico. No más que el haber consagrado mi alma y mi pensamiento a resolver este acertijo que la vida nos jugó, sin encontrar una respuesta razonable más que la posibilidad de que en otras vidas, tu alma y la mía se hayan encontrado una y otra vez. Que nos reconocimos tan evidentemente como la gravedad que nos impedía volar y  que sin “dar con el clavo” nos hundimos entre desencantos y suspiros sollozos.
— «Tomaré mi distancia, podrás comprender lo difícil que es para mí.»— Me dijiste, mientras en mi cabeza intentaba digerir lo que estaba oyendo de ti. 
—«No, pero ¿cómo? No te vayas, no estoy de acuerdo» — Te reclamaba como si tuviera derecho sobre tu vida y tus decisiones, como si necesitarás de mi aprobación.
Una vez, ya instalado, me escribiste en tu email, — "¡ah!, Cómo me encantaría que estuvieras aquí…”— y yo, ni tarde ni perezosa, compré un billete Eurostar.
—«¡Iré a me voy a ver a M.!»— y Martha solo contestó —«Esta es la ocasión, tienes que decirle a los ojos que lo amas, que nunca has dejado de hacerlo».— Me quedé pensativa por unos instantes, no me creía suficientemente valiente, pero sí lo fui.
Cuando te tuve de frente, te dije —«te amo»— abiertamente, como un libro en tu mesa, como quien se entrega entera… y sí, así fue M. te amé, así loca e irracionalmente, sin razón y sin motivo, fue inevitable para mí.
—«¿Cómo puedo ser tan entera, tan radical? ¿Y qué pasaría con todo lo que nos impedía a vivir esto?»— Me lo hiciste saber, y no tengo la mínima idea de lo que hayas pensado realmente en ese momento y de cómo pudiste vivir después, pero eso hoy ya no importa.
Te canté en mi mente la canción de Silvio Rodríguez  una y otra vez Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar. 
Pero no te preocupes M., aquí no hay culpables; hubo un gran camino de resiliencia desde entonces y poco a poco el peso que yo sola me impuse se aligeró, por eso esto hoy tan poco importa.
En el templo de Angkor Wat en Camboya, hice un ritual, cavé un hoyito en algún árbol enredado entre las ruinas, susurré nuestro secreto y ahí te dejé.

Seguir leyendo ...

Back to Top